En el año 2001 tuve la oportunidad de participar en el censo de población y vivienda cuando estaba en el colegio y vivía en Salinas. De aquella experiencia recuerdo que la capacitación fue bien entretenida y la mayoría de las viviendas que me fueron asignadas estaban desocupadas.
Nueve años después, ahora en Guayaquil, la vida me colocó en la lista de empadronadores mediante un sorteo clandestino para la mayoría de nosotros, puesto que dicha nómina cambió dos veces en las cuales las estudiantes mujeres de mi facultad fueron exoneradas de cumplir con su deber para una patria y para un mundo al que día a día ellas exigen esa equidad de género que sólo la utilizan cuando no se les permite ser piloto, vigilante de tránsito, policía, miembro de las fuerzas armadas, ocupar cargos públicos, tener acceso a la educación, y a todos los ámbitos que la mujer desee incursionar siempre y cuando les convenga.
Pero cuando se trata de alguna actividad que no les agrada realizar, surge la excusa del peligro de ser violadas. Si alguien me preguntase acerca de exponer a familiares mías a dicho riesgo, por supuesto que yo no estaría de acuerdo y trataría de prevenir. Sin embargo, al igual que yo, ustedes lectores también harían lo mismo para evitarlo. Aun así, yo no estoy hablando de una familia en particular. Me estoy refiriendo al ser humano femenino que reclama y merece un trato igualitario al masculino, y en este sentido, al otorgarle los privilegios a la mujer sólo en algunos casos y quedar exentas de sus obligaciones en otros, hace que ahora el hombre pase a ser tratado inequitativamente.
Dejando a un lado aquel tema para que quede como reflexión, ahora es necesario mencionar la atrocidad del INEC que lamentablemente es eficaz y eficiente, es decir que este instituto logra sus objetivos trazados pero lo hace con el mínimo de recursos que son estrictamente necesarios para garantizar la seguridad y bienestar de los empadronadores.
Estudiantes de muchos de colegios y tres universidades de Guayaquil, todos ellos preocupados por ser vulnerables a los asaltos o ser drogados con escopolamina como efectivamente sucedió en diversas provincias del país y especialmente en esta ciudad, tanto el día del reconocimiento del área censal como el 28 de noviembre que se dio el censo. Todos los casos constan en la prensa escrita y televisiva y además se menciona la desfachatez de algunas autoridades que se quieren lavar las manos afirmando vilmente que aquel estudiante no acudió a censar sino que estaba realizando alguna otra actividad por ejemplo. Y ahí queda todo como siempre, ya que fueron estudiantes pobres y no famosos; pero si le hubiese sucedido a alguien del mundo de los ricos y conocidos, ahí sí se habría hecho otro plantón contra la inseguridad luego del censo.
El día lunes 15 de la capacitación se podía percibir la miseria en el ambiente porque no se entendía al señor que hablaba por el micrófono. El sistema de audio y sonido era deplorable; el material instructivo no alcanzó para todos los estudiantes asistentes y muchos se quedaron en el limbo como los proyectos de ley que envía Rafael Correa a la Asamblea Nacional y que luego son aprobados por el Ministerio de la Ley; así mismo, todos tuvimos que ir a censar, en este caso, por el ministerio de las sanciones y amenazas que los capacitadores y, gente que se encargó de esparcir rumores acerca de perder los derechos de ciudadanía por un año o pagar una multa en caso de no colaborar en el censo.
Esos falsos rumores quedaban desmentidos por los medios de comunicación que aseguraban que las únicas sanciones las podían aplicar las instituciones educativas. No obstante, ya el daño de la mentira y especulación estaba de boca en boca.
Finalmente, un día antes del censo, en los supermercados de Guayaquil y Salinas parecía que iba a haber un apocalipsis o que el toque de queda duraría un mes porque la ciudadanía arrasaba con todo y dejaban las perchas vacías.
Llegó la hora de partir hacia la universidad a las 6 de la mañana y empezamos con el pie izquierdo ya que en la capacitación, y otras fuentes, nos habían dicho, o más bien mentido o mal-informado que habría transportación pública gratuita para que los empadronadores se dirijan a los colegios y universidades correspondientes. Sin embargo, eso fue otro rumor más y era de suponerlo ya que todos los que colaboramos en el censo tenemos la clara percepción de que el INEC no gastó ni un solo centavo más a parte de los cuestionarios, lápices, borradores y sacapuntas que no nos iban a proteger ni siquiera de los sacapintas.
Hasta aquí se termina el lado negativo de la historia ya que al llegar a la universidad, ésta tomó la batuta para proteger con capa y espada, utilizando su propio dinero que no estaba dentro del presupuesto previsto, a todos sus estudiantes y profesores que iban a participar en el censo.
Nos dotaron de camisetas y gorras con el logo de la universidad y un silbato en caso de emergencia. En media hora terminamos de organizarnos y, dentro de los buses que nos iban a transportar al área de empadronamiento nos dieron una pequeña bolsa con un desayuno digno.
Al llegar a nuestro destino, al principio algunos habíamos prejuzgado que tal vez aquellas personas iban a tratarnos de manera hostil e iba a ser difícil que nos permitan censarlos, pero para mí fue una sorpresa al notar que era todo lo contrario. Los moradores del área amanzanada que me asignaron me abrían las puertas de sus casas y las personas de otras manzanas hasta me preguntaban cuándo les iban a ir a censar.
Además, nos brindaron toda clase de bebidas gaseosas, jugos caseros y galletas que yo aceptaba porque a mi criterio no había ningún peligro. Se podía sentir en el ambiente la hospitalidad de aquellas personas en sus casitas de caña y piso de cemento o tierra. A parte de la hospitalidad, también se sentía el humo del palosanto que sofocaba y se mezclaba con el humo de la basura quemada puesto que todas las familias que censé eliminaban sus desechos de esa manera debido a que el carro recolector de desperdicios pasa terriblemente lejos del sector.
Entre los datos que recopilé también cabe destacar que todas las viviendas reciben agua potable por medio de tanqueros. Algunos la consumen tal como les llega y otros la hierven. Ninguna casa tiene teléfono convencional pero en todas hay teléfono celular.
Ningún hogar dispone de internet, computadora ni televisión por cable; la mayoría de las personas que entrevisté son oriundas de la provincia de Manabí; sólo encontré una niña de 10 años que posee discapacidad visual y me dijeron que sabe leer en Braille; unos pocos adultos no saben leer ni escribir; de todos los hogares que visité, solo una señora tenía educación superior y trabaja como profesora de escuela; el resto apenas terminó el bachillerato o se quedó a media primaria o media secundaria; nadie tiene seguro de salud privado ni aporta o está afiliado al seguro social.
En la última vivienda que visité yacía sólo una anciana sentada sobre una piedra en el suelo de tierra dentro de su casa de madera. Me preguntó por qué nos habíamos demorado tanto en ir a censarla y yo muy amablemente le expliqué que íbamos en un orden determinado y que incluso yo no comí el pequeño almuerzo que me habían dado al medio día para ir a censarles a todos. No había sillas ni mesas como nos habían ofrecido en las viviendas anteriores así que me senté en la tierra junto a ella y empecé a entrevistarla. Me dijo que su esposo estaba enfermo y se lo habían llevado a un hospital en la provincia de Santo Domingo. Ella vive con él y su nieto de 14 años que tampoco estaba en ese momento. Ya terminando la encuesta, me comentó que ella ni siquiera había desayunado y entonces le dejé la funda que me habían dado en la mañana con las cosas del desayuno, mi almuerzo que no comí y todo lo que me regalaron en las casas anteriores.
En cada vivienda yo empezaba saludando muy cordialmente con gestos y palabras y me despedía agradeciéndoles por su amable atención y colaboración, ya que para mí la cortesía es lo más importante en todo momento, pero especialmente cuando se brinda o se recibe la atención de alguien.
Al INEC no le importan las vidas que se pierden o el peligro al que exponen a los estudiantes empadronadores a los cuales no les pagan ni un centavo ni tampoco les dan la seguridad necesaria para realizar la labor; el INEC se encarga solamente de llevar la estadísticas y realizar censos de población y vivienda cada diez años que son décadas tercermundistas como lo afirma Rafael Correa quien dijo luego del censo por televisión que en los países desarrollados no se necesita realizar este tipo de trabajos puerta a puerta porque digitalmente tienen la información actualizada minuto a minuto de cuántos van naciendo y falleciendo.
Si no ocurrieron mayores sucesos es por el esfuerzo que cada institución educativa realizó para proteger a sus estudiantes y eso costó mucho dinero. Yo estoy completamente agradecido por la seguridad y el bienestar que nos proporcionó mi universidad. Hay que destacar que lo hizo de una manera suprema y magnífica digna de aplaudir.